Testimonios: Dr. Hortensia Soto (En Español)
Testimonios, a new publication from MAA/AMS, brings together first-person narratives from the vibrant, diverse, and complex Latinx and Hispanic mathematical community. Starting with childhood and family, the authors recount their own particular stories, highlighting their upbringing, education, and career paths. Testimonios seeks to inspire the next generation of Latinx and Hispanic mathematicians by featuring the stories of people like them, holding a mirror up to our own community.
The entire collection of 27 testimonios is available for purchase at the AMS Bookstore. MAA members can access a complimentary e-book in their Member Library. AMS members can access a complimentary e-book at the AMS Bookstore. Thanks to the MAA and AMS, we reproduce one chapter per month on Math Values to better understand and celebrate the diversity of our mathematical community with folks who are not MAA members. The MAA has translated four of these chapters for readers whose primary language is Spanish. We will post one each week during Hispanic Heritage Month. The whole collection is available for download at Testimonios | Mathematical Association of America (maa.org).
Al principio
Quiero empezar con la historia de mis padres, Agustín Soto y Sara Ramírez, porque su trayectoria, su lucha, su sacrificio y su ética de trabajo me convirtieron en la persona que soy hoy. Es importante que me disculpe con mis padres porque estoy omitiendo sus experiencias de vida que ocurrieron antes de casarse. Ambos provenían de familias acomodadas; mi mamá era la décima de once hijos y Deri1 era el mayor de ocho. Cada uno tuvo sus propias aventuras; mi mamá recuerda trepar árboles, ir a serenatas, mientras aprendía todas las habilidades necesarias de una mujer mexicana de esa época, que incluían moler maíz para la masa, cocinar, coser, criar niños—todo lo necesario para ser una “buena esposa”. La vida de Deri consistía principalmente de trabajo; a los seis años araba la tierra con un buey, y a los ocho años pasaba noches afuera en el campo, donde los bultos de elote lo asustaban. El atribuyó a su Padrino Jesús, quien era muy paciente con él, por hacer el trabajo llevadero y divertido.
Mi Deri Agustín y mi mamá Sara se casaron el 4 de octubre de 1962 en Santa María del Valle, Jalisco. Vivían al lado de mis abuelos paternos donde Deri cultivaba y criaba cerdos con su deri. Aunque cada uno de ellos contaba con una gran cantidad de habilidades, sólo tenían una educación de tercer año. Su matrimonio comenzó normal hasta que a mi abuelo paterno le dispararon y lo mataron. Después de esta tragedia, mi abuela paterna vendió todo, incluyendo los animales de Deri, se mudó a Nochistlán, Zacatecas y dejó a mis padres sin nada. Esto cambió el rumbo de las vidas de mis padres drásticamente.
Mis padres entonces se mudaron a Belén del Refugio, Jalisco, donde Deri trabajó para un granjero. Ahí nacimos mi hermana mayor, Eliasar, y yo. Las fotos de abajo muestran la casa de dos habitaciones donde nací; la pieza del fondo es el hogón, donde mi mamá cocinaba. En esta casa de adobe, mi mamá vio entrar serpientes por el techo mientras mi hermana y yo dormíamos. Mis padres sufrieron mucho durante ese tiempo. Fue difícil para ellos alimentarnos, y Deri casi se muere porque se enfermó y no tenían dinero para un doctor. Solía hablar de sus sandalias que estaban unidas por hojas de maíz. El hambre nos llevó a emigrar.
El último deseo antes de morir de mi abuela materna era que nos fuéramos a Estados Unidos,donde mi mamá tenía muchos familiares. El hermano de mi mamá, Tío Lupe, quien vivía en Nebraska, contrato al coyote y estábamos listos para cruzar el Río Grande sin que ninguno de mis padres supieran nadar. Era 1967, y yo tenía poco más de un año y Eliasar tenía tres años. Deri cruzó primero, con todos sus ahorros de 7 dólares2. Mi mamá iba a ser la siguiente, pero el miedo se apoderó de ella y se negó a cruzar. Esto hizo que las tres nos quedáramos con la abuela del coyote durante diez días en la frontera; Ahí aprendí a caminar, mientras deri esperaba en Nebraska a que el coyote encontrará una manera de llevarnos hasta él sin tener que cruzar el río nadando. Por 30 dólares, el coyote consiguió un pasaporte de otra mujer para que mi mamá lo usara y que Eliasar y yo usáramos los pasaportes de las hijas de otra pareja. Aunque las tres teníamos pasaportes, el cruce de la frontera tuvo que hacerse por turnos: primero mi mamá y luego yo y mi hermana. El coyote llevó a mi mamá del otro lado y la dejó en un teatro (¡era su primera vez en un teatro!) y le indicó que se quedara ahí hasta que alguien pasara a notificarle que íbamos a llegar. Con miedo de nunca volvernos a ver, mi mamá esperó como cinco horas. Finalmente, llegó un joven y la llevó al asiento trasero de un coche, donde mi mamá no estaba segura de lo que iba a pasar. Entonces en el retrovisor, vio llegar un coche, el coyote salió, abrió la puerta, y allí estaban sus niñas. Después de conducir directamente,parando solamente una vez en Colorado por comida, nos reencontramos con Deri. Mi mamá y mi deri nos educaron a siempre dar gracias a Dios por la gente que nos ha ayudado; Tío Lupe y su familia están en esa lista.
Nos instalamos en Morrill, Nebraska, donde la población es de menos de 1,000. Deri tenía trabajos esporádicos y uno de sus primeros trabajos grandes fue ayudar a construir el campo Morrill Golf Course. Sus jefes estaban impresionados con su atención al detalle, su capacidad para aprender rápido, y su innovación, tan así que lo recomendaron a un granjero de la zona, Art Dienes, que buscaba contratar a un trabajador. Art no estaba interesado en contratar a Deri porque no hablaba inglés, pero Deri le dijo que trabajaría gratis por dos semanas, y luego Art podría decidir si lo contrataría o no. Al final de la primera semana, Art decidió contratarlo. Este trabajo nos permitió mudarnos de una casa que temblaba cuando pasaban los trenes a una casa en la que Deri nos obligaba a todos a sentarnos en el coche por miedo a que la casa explotara cuando encendía el piloto de la calefacción. Luego nos mudamos a otra casa de dos habitaciones. Recuerdo esta casa con cariño porque Eliasar y yo jugábamos en un autobús escolar destartalado que estaba detrás de la casa. Para ese entonces, mi hermano Agustín Jr. había nacido, y descubrimos que habíamos sido denunciados a las autoridades de inmigración. Art le ayudó a Deri a conseguir un abogado, quien nos dijo que no podíamos ser deportados porque Agustín Jr. era ciudadano estadounidense.
Después de una larga espera y otra adición a la familia (mi hermano Ernesto), finalmente obtuvimos nuestras tarjetas de residencia y pudimos vivir en los Estado Unidos legalmente. Para entonces, yo estaba en el jardín de niños. Además, cuando mi mamá estaba embarazada de Ernesto, Art y su familia se mudaron a una casa más pequeña para que nosotros pudiéramos vivir en la casa de campo principal. Esta era una casa con plomería interior, un baño, un teléfono, un pórtico delantero y uno trasero, un segundo piso, un comedor, y un gran patio. Según mis ojos de cinco años, vivíamos en una mansión. Nos mudamos de esa casa cuando yo tenía 12 años, pero hasta hoy cuando sueño con mi hogar, es esa casa. Art le ayudó a Deri a empezar a cultivar por su cuenta, compartió su equipo con Deri, y fue clave en que Deri comprara nuestra granja (esta es una historia mágica). Art se convirtió en nuestro abuelo, le llamábamos “el patrón,” no en referencia a ser el “jefe,” sino al santo patrón que nos salvó. Él y su familia están en la lista de agradecimientos.
Los primeros años de Hortensia
No sabía inglés cuando empecé el kinder, pero con los maestros más compasivos, aprendí lentamente. En honor a algunos de mis primeros maestros, quiero compartir algunos recuerdos. Recuerdo claramente que aprendí la palabra “scissors3” cuando mi maestra de preescolar me enseñó a cortar porque no sabía cómo sostener las tijeras. Mi maestra de primer grado dejaba mi nombre en la puerta para que pudiera ir a ver cómo se deletreame llevó un tiempo aprender esta tarea. Ella no le dio importancia; me dejó hacer lo que necesitaba para poder aprender. Ese año, Deri también descubrió que yo había memorizado mis libros de lectura y que en realidad no sabía leer. Él no tardó en parar eso, seleccionando palabras al azar para que las pronunciara, tapando todas las demás y haciéndome pronunciar en voz alta las palabras de una por una. Durante este tiempo, él asistió a la escuela nocturna para aprender inglés, por lo que pudo ayudarme.
Tengo dos recuerdos muy vívidos e importantes del segundo grado, uno en la clase de ortografía y otro en la de matemáticas. Después de deletrear correctamente la palabra «encaje» en voz alta, mi maestra me pidió que la usara en un enunciado. Sabiendo que estaba totalmente perdida, añadió «está en tu vestido». Mi mamá me hacía toda la ropa y había muchas cosas en este vestido, como botones, lunares, y un cierre. Ninguno de éstos resultó en una respuesta positiva de mi maestra cuando los señalé, así que mi maestra insinuó que estaba en la parte de abajo de mi vestido. Incorrectamente traduje “abajo” como “debajo,” así que me levanté un poco el vestido para mostrar mi enagua, pero con mucha emoción mi maestra comentó: “lo estás tocando.” Ese día aprendí la definición de encaje y también aprendí lo que era la paciencia. La segunda experiencia memorable del segundo grado fue el día en que nos expusieron a unos ejercicios que se parecían a estos:
3 + 5 = ☐, 3 + ☐ = 8, ☐ + 5 = 8, 11 – 7 = ☐, 11 – ☐ = 4, ☐ – 7 = 4.
Tuve dificultades con los dos últimos tipos de ejercicios, pero se me hicieron interesantes. Me preguntaba cómo se podría obtener el resultado sin necesidad de prueba y error, que fue lo que hice. Imagínense mi entusiasmo cuando aprendí álgebra: recuerdos de estos ejercicios inundaron mi cerebro y estaba asombrada.
Puede ser que en segundo grado haya comenzado mi pasión por las matemáticas. La mayoría de la gente que me conoce sabe que mi maestra de quinto año transformó mi vida. La maestra me mantuvo en el salón durante el recreo para ponerme al día y que pudiera pasar al “grupo avanzado” — el grupo de estudiantes que tenían mejor rendimiento académico. No estaba entusiasmada con ello porque el “grupo avanzado” no tenía ningún estudiante hispano y según yo, como podían darse el lujo de estar en la banda, también eran ricos. Lloré mientras mi maestra me acompañaba a la “clase avanzada,” la clase para estudiantes de alto rendimiento académico; me abrazó y me dijo que iba a estar bien. Me preocupaba sentirme fuera de lugar, pero mi primera clase con el “grupo avanzado” fue matemáticas y ella tenía razón, me fue bien. En séptimo grado, decidí que quería ir a la universidad. Sabiendo que esto sólo era factible si conseguía becas, decidí que haría lo posible para ser la mejor de mi clase.
Aunque eran mundos diferentes, es difícil separar mis experiencias educativas de mis experiencias en casa, así que intentaré entrelazar los dos mundos. Mientras la mayoría de los niños gritaban de alegría al final del año escolar, yo lloraba porque odiaba el verano. ¡Sí, odiaba el verano! A los seis años, empecé a trabajar en el campo, azadonando betabeles, sacando la maleza de los frijoles, e incluso de los campos de maíz. Hice esto hasta que me fui a la universidad. Mis veranos consistían en levantarme a las 4:30 de la mañana, preparar el desayuno, alistar a los niños más pequeños, ayudar a mi mamá a preparar el almuerzo, e ir al campo. Por lo general, llegábamos entre las 5:30 y las 6:00 de la mañana y desayunábamos ahí; los niños que tenían menos de seis años se quedaban junto al coche. Mi mamá era creativa y cubría el parabrisas del coche con una cobija y dejaba las puertas entreabiertas, para que se mantuviera fresco. Volvíamos a casa a comer al mediodía, lavábamos los platos y a las 2:00 pm estábamos de vuelta en el campo hasta cerca de las 7:00 pm; a veces teníamos que ir a regar los campos después de esto. No era raro que cenáramos a las 9 de la noche. Esta era nuestra rutina seis días a la semana, desde mediados de mayo hasta el inicio de las clases en agosto.
En otoño, teníamos otros trabajos relacionados con la cosecha; en invierno ayudábamos principalmente a separar los terneros de las vacas o a trasladar el ganado. No me quejaba mucho del trabajo del otoño e invierno, pero de los nueve hijos que éramos, yo era la que más se quejaba del trabajo de verano. Parecía que todos los granjeros del norte de Morrill querían que trabajáramos en sus campos, y yo me preguntaba por qué sus hijos no hacían el trabajo. Mi mamá nos recordaba con frecuencia (sobre todo a mí) que fuéramos agradecidos porque estos granjeros estaban tratando de ayudarnos; ellos sabían que necesitábamos trabajo. Mis padres trabajaban muy duro, sobre todo en el verano; no me puedo imaginar a qué hora se levantaban cada mañana. La única ventaja de trabajar en el campo era que me daba tiempo para soñar despierta. Soñaba con ser la mejor alumna de mi clase, ir a la universidad, volverme abogada y ayudar a Deri a pagar la granja. A diferencia de otros niños, no aprendí a nadar, hacer deporte, ir al cine, ir a fiestas de cumpleaños o invitar a mis amigos a quedarse a dormir en casa. Aprendí a trabajar.
Como no tenía vida social, era fácil sumergirme en el aprendizaje durante el bachillerato, y mi clase de matemáticas enseguida se convirtió en mi clase favorita. La tarea de matemáticas era la última que hacía; era postre. Tuve el mismo profesor de matemáticas durante todo el bachillerato, y sus conocimientos pedagógicos eran avanzados para la época. Rara vez daba cátedra; en cambio, trabajábamos en grupos con paquetes de ejercicios en los que descubríamos las ideas principales. A veces teníamos exámenes orales en los que el profesor indagaba profundamente nuestra comprensión. Me encantaban mis momentos de “ajá,” en los que conectaba conceptos y se los explicaba a otros. Me volví muy buena explicando y si se necesitaba un profesor sustituto, me pedían que diera las clases de matemáticas de ese día. Esto me parecía una locura porque significaba que tenía que perder otras clases, pero me encantaba. Para mí, las matemáticas eran un gran rompecabezas y cada clase me ofrecía más piezas del rompecabezas. Mi profesor me apoyó mucho y me animó a seguir con las matemáticas como carrera, pero yo quería ser abogada y aún más importante, todavía no había convencido a mi mamá de que estaba bien que una joven se fuera de casa para ir a la universidad. ¡Esto era un gran obstáculo!
La creencia de mi mamá era que las chicas debían permanecer en casa y aprender a ser esposas, hasta que se casaran. Cuando crecí, pude entender esto, pero cuando era adolescente, me peleaba con ella bastante sobre este tema. Yo era terca y estaba decidida a ir lejos (muy lejos) a la universidad—no iba a trabajar en el campo el resto de mi vida. Deri escuchaba a Art y él le compartió la importancia de una educación universitaria. De hecho, Art y una mujer cuya casa limpiábamos crearon una beca para que Eliasar asistiera a una de los colegios comunitarios locales (otra historia mágica). Esta fue mi oportunidad; en mi tercer año de bachillerato, Deri me dijo que si empezaba a estudiar en un colegio comunitario local y vivía en casa, él me ayudaría a pagar para que pudiera terminar mi licenciatura. Yo acepté pero sabía que sería una gran carga económica porque para entonces ya éramos nueve hijos en mi familia. Así que seguí trabajando en mi objetivo de ser la mejor estudiante de mi clase y decidí que me convertiría en ciudadana naturalizada cuando cumpliera 18 años para poder acceder a las Pell Grants. 4
Me gradué del bachillerato como prom queen, presidenta del consejo estudiantil y mejor estudiante de mi clase, y ese verano Eliasar y yo nos convertimos en ciudadanas naturalizadas. Mis primeros dos años en Eastern Wyoming College (EWC) fueron completamente pagados con becas. Estaba en camino a convertirme en abogada. Por cierto, todos mis hermanos tienen estudios universitarios. Cuando mi hermana menor, Sarah, se graduó de la universidad, mi mamá miró a Deri y dijo: “Lo hicimos; todos tienen una educación.”
La vida universitaria de Hortensia
En EWC, empecé como estudiante de ciencias políticas y era la única tutora de matemáticas. Después de terminar el primer semestre de cálculo, me reuní con mi asesor para hablar sobre los cursos que tomaría el siguiente semestre, en el que pensaba tomar Cálculo II, y tuvimos la siguiente conversación.
Él: Cálculo II no es un requisito para una carrera en ciencias políticas.
Yo: Pero no terminamos el libro.
Él: ¿No crees que deberías estudiar matemáticas?
Yo: Sí.
Después de graduarme de EWC, me mudé para comenzar las clases de verano en Chadron State College (CSC), donde planeaba convertirme en maestra de matemáticas de bachillerato porque no tenía ni idea qué otra cosa uno puede hacer con un título en matemáticas. Con las nuevas becas que cubrían la colegiatura en CSC, sólo necesitaba dinero para la renta, comida y libros, así que en una semana ya era mesera en Pizza Hut. En CSC, también calificaba para el asesor y profesor más maravilloso y comprensivo, James Kaus, quien está en la lista de agradecimientos. En sus clases, nos retaba, batallábamos y trabajábamos juntos, pacientemente nos hacía preguntas, y aprendimos. Un día, mientras trabajaba en un problema de topología en su oficina, comentó, “Deberías hacer un doctorado”. Le pregunté: “¿Qué es un doctorado?”. No recuerdo haber hecho nada especial— simplemente estaba trabajando en el problema sobre el que le pregunté. Valoraba y confiaba en el Sr. Kaus —si el me decía que hiciera algo, lo hacía. Ni siquiera sabía lo que era un doctorado, así que no tenía ningún objetivo en conseguirlo. Sólo quise uno cuando él me sugirió que obtuviera uno, cuando me di cuenta que él creía en mí.
Daba clases mientras era estudiante, pero sabía que eso no era lo que quería hacer. Así que durante una feria de trabajo en CSC, visité al Sr. Kaus y le hablé sobre mis dudas de enseñar en el bachillerato. Él me sugirió que solicitara ingresar a la maestría en matemáticas educativas en CSC, así que lo hice. Recibí un puesto como ayudante de cátedra que incluía la colegiatura y un estipendio de 3,000 dólares al año. Esto no era suficiente dinero para cubrir mis gastos, así que daba clases particulares y también trabajaba en una tienda los fines de semana. Enseñar matemáticas a nivel universitario se sintió bien inmediatamente— encontré mi pasión. Me encantó el tiempo que pasé en CSC, porque pude desplegar mis alas. También estoy muy orgullosa de mi educación en CSC y de que mis padres no tuvieron que pagar nada. Si necesitaba dinero para divertirme, Eliasar era mi banco. Eliasar trabajaba en una agencia de seguros en ese entonces. Fuimos criados con la filosofía de que cuanto más das más recibes. Eliasar afirmaba que cada vez que me prestaba dinero, recibiría un aumento o un bono. Después de obtener una licenciatura y una maestría en matemáticas educativas, tenía una deuda de 400 dólares con ella… sin intereses. Ella está en mi lista de agradecimientos.
Después de graduarme de CSC, solicité empleo como Directora del Mathematics Learning Center en University of Southern Colorado (USC). Una de las preguntas de la entrevista fue acerca de dónde me veía en cinco años. Respondí: “trabajando en mi doctorado.” Conseguí el trabajo, y ahí conocí a mi futuro marido, que era estadístico en el departamento. Poco después de casarnos, nos mudamos para que yo pudiera hacer mi doctorado en matemáticas educativas en University of Arizona (UA).
La lucha. Por alguna razón en UA, me sentí inmediatamente inferior. Parecía que todos los demás estudiantes de posgrado venían de universidades de prestigio y yo no estaba preparada para lo que me esperaba. Algunos de estos estudiantes ya tenían un doctorado de otro país. Cada concepto matemático me resultaba extraño. Por primera vez en mi vida matemática, tenía miedo de no ser suficientemente inteligente, y perdí toda la confianza en mi capacidad para aprender matemáticas. El hecho de que a la tercera semana algunos de los cursos disminuyeran en tamaño, me aterró aún más—si la gente inteligente abandonaba el curso, ¿qué hacía yo ahí? Aunque los estudiantes de posgrado se apoyaban unos a otros, yo no sentía ningún apoyo por parte del profesorado, y éste no parecía dispuesto a crear una relación con ninguno de nosotros. Una vez, cuando hice una pregunta en análisis, el instructor respondió: “Lo único que puedo hacer es decirlo más alto...” y luego lo dijo más alto. Cuando fui a su oficina para preguntarle acerca de un problema de la tarea que había sido marcado incorrectamente, me dijo, “No estaba seguro que supieras lo que estabas haciendo, así que no lo leí,” arrojándome la tarea. Después de 18 años de tener a los profesores más compasivos, pacientes y alentadores, me encontraba en un lugar donde los profesores rápidamente ignoraban mis preguntas. No aprobé uno de los exámenes de candidatura de análisis y, por lo tanto, tuve que dejar el programa. Mi asesor me ayudó a encontrar un nuevo programa de matemáticas educativas y resultó ser en University of Northern Colorado (UNC). Dejé UA con una segunda maestría en matemáticas, desanimada, avergonzada, con mi humanidad dañada y con la certeza de que no sabía nada de matemáticas Tardé años en superarlo.
La resurrección. El primer profesor que conocí en UNC fue el asesor de posgrado, Dr. Ricardo Díaz (también en la lista de agradecimientos). Durante nuestra primera reunión, teníamos que revisar cuáles cursos había completado, y yo me sentía insegura y avergonzada. Sus primeras palabras fueron, “tienes una formación matemática muy fuerte.” Estas palabras me trajeron un rayito de esperanza que tal vez si podría obtener un doctorado. Avancé en el programa y me sorprendí de todo lo que sabía. De repente, yo tenía ideas, respuestas y demostraciones matemáticas creativas— mi confianza había vuelto. Sí, tuve problemas con algunos conceptos, pero no tenía miedo de retocarlos y mis profesores fueron valiosos, me empujaron y tuvieron fe de que podía hacerlo. En retrospectiva, aprendí un montón de matemáticas de calidad en UA y me desarrollé como matemática, aunque no era claro en ese momento. Lo más importante es que en UNC aprendí a hacer investigación en matemáticas educativas. Defendí mi tesis de doctorado poco antes de cumplir los treinta años, recibí el premio Dean’s Citation for Excellence Award durante la ceremonia de graduación, y di el discurso de graduación. ¡Lo logré!
La vida profesional de Hortensia
Mi vida profesional ha estado llena de sorpresas maravillosas. Tras completar mi doctorado, empecé como assistant professor de matemáticas en USC y fui aceptada en Project NExT de Mathematical Association of America (MAA). Este es un programa de desarrollo profesional de dos años para profesores universitarios que ofrece sugerencias para integrar la enseñanza y el aprendizaje centrados en el estudiante, redacción de propuestas de subvención, y cómo mantener un programa de investigación. Como parte de este programa, la generación de segundo año crea y ofrece sesiones para la nueva generación. Al final de mi primer año, una de las directoras del proyecto, Chris Stevens, me pidió que organizara las sesiones para la nueva generación. Me sorprendió y me sentí honrada de que, de más de 70 participantes, me lo pidiera a mí y, por supuesto, dije que sí—que es lo que Joe Gallian nos enseñó como parte de Project NExT. Así es como encontré mi hogar profesional. En el 2002, me convertí en la primera participante de Project NExT en formar parte del MAA Board of Governors. Todavía recuerdo haber visto a Martha Siegel (Secretaria), Anne Watkins (Presidenta) y Tina Straley (Directora Ejecutiva) en el escenario haciéndose cargo. Fue la primera vez que vi a mujeres con tal poder y autoridad—estaba asombrada. Martha y Tina me tomaron bajo su tutela y me invitaron a formar parte de comités, aunque no estaba calificada para algunos de ellos, pero creyeron en mí. La comunidad de MAA parecía ver algo en mí que yo no sabía tener: habilidades de liderazgo, que cultivaron y siguen cultivando. Estoy más que agradecida por todas las oportunidades que MAA me ha ofrecido. Ha sido un placer servir en los distintos comités, como Governor for Minority Affairs, Associate Treasurer y ahora como Associate Secretary. De hecho, soy la primera mujer, la primera hispana y la primera investigadora en matemáticas educativas en ocupar el cargo de Associate Secretary. Realmente AMO esta comunidad, que consiste de tantos amigos.
Después de pasar nueve años en USC, ahora conocida como Colorado State University - Pueblo, mi entonces marido y yo decidimos dejar USC porque yo quería la oportunidad de llevar a cabo más investigación y tenía una gran carga docente; por lo tanto empecé a solicitar puestos de trabajo. UNC también estaba contratando, pero no solicité empleo ahí porque estaba segura de que no contratarían a uno de sus graduados. Más tarde me llamaron, pidiéndome que presentara mi solicitud, y conseguí el trabajo. El inconveniente fue que tuve que renunciar a tenure and rank5, pero obtuve tres años de servicio hacia la promoción—esto fue muy estresante. Pasé los siguientes dos años trabajando hasta las 2 de la mañana y sacrifiqué tiempo con la familia. Enseñar 18 créditos al año, realizar mi propia investigación y dirigir tesis de doctorado afectaron mi matrimonio. Me divorcié(agradecida que seguimos siendo amigos), me convertí en mamá soltera, y me dediqué a mi trabajo. Mi investigación sobre la enseñanza y el aprendizaje del análisis complejo, junto con mi trabajo sobre la cognición corporal, empezaron a prosperar. Mis estudiantes de posgrado están publicando en revistas de investigación de primer nivel — mi vida profesional es buena.
Mi trabajo ha sido reconocido por ambos, UNC y MAA. En UNC, recibí el College of Natural and Health Sciences’ Excellence in Faculty Research Mentor at the Graduate Level y el Excellence in Service Award. También recibí el premio Burton W. Jones Distinguished Teaching Award—MAA Rocky Mountain Section, y el MAA Meritorious Service Award. También soy la primera persona hispana en recibir el MAA Deborah and Franklin Tepper Haimo Award for Distinguished College or University Teaching of Mathematics. En otoño del 2020, empecé como tenured full professor en Colorado State University. Mi trabajo ha dado frutos—estoy muy agradecida.
Conclusión y consejos
Aunque no lo sabía durante mi infancia, tengo la suerte de tener una familia grande. Mis padres nos inculcaron una ética de trabajo y una fuerte fe en Dios. Después de esta historia, probablemente no sea una sorpresa que soy una “niña de deri”—él falleció en el 2017 y lo extraño profundamente. Él era el primero en enterarse de cualquiera de mis éxitos. Mi hijo Miguel Agustín Johnson es mi mayor regalo. Somos muy unidos, y valoro cualquier mi tiempo con él porque él es amor puro.
Mi consejo a estudiantes es que no tengan miedo a tener sueños que parezcan inalcanzables. Las personas que creen en ti aparecerán y te empujarán a ser más de lo que has soñado. Mi consejo a mentores es que a veces son los pequeños actos de amabilidad los que hacen la mayor diferencia. No tengas miedo de ser humano y vulnerable con tus alumnos. Ten grandes expectativas y al mismo tiempo muestra paciencia y compasión.
1 Nunca llame a mi padre “deri”, siempre lo llame “Deri”. Era mi forma de tratar de decir “Daddy”.
2 Como referencia, señalamos que basándonos en las tasas de inflación de Estados Unidos, 1 dólar en 1974 es aproximadamente equivalente a 5.56 dólares en el 2020.
3 Tijeras.
4 Pell Grants es un subsidio del gobierno federal de los Estados Unidos que proporciona ayuda financiera a estudiantes que lo necesitan para pagar la universidad.
5 Tenure es un contrato indefinido que se le da a los profesores después de un periodo de prueba. Rank se refiere al título de profesorado que, en general comienza con Assistant Professor, Associate Professor y Full Professor.